ETAPA 12: POBEÑA - CASTRO URDIALES

Se sale de Pobeña en una subida dura, intensa, como si Euskadi no quisiera que te fueses,  y te pusiera barreras, te cerrara su salida con un muro de verde y agua. De hecho, el recorrido que se sigue corresponde a una espectacular vía verde, que se utilizaba antiguamente para llevar carbón desde una mina subterránea situada en aquella parte. Una despedida bonita e intensa como corresponde a tus últimos pasos por una tierra agreste y amable, dura y cercana, cálida y lluviosa para los peregrinos que ponen sus pasos por allí.

Despedida en verde y azul




Parece que suele hacer viento, por aquí.
El cielo, pesado y enfadado, adquiría unos tonos densos y violentos, agrestes y complejos.
Después de pasar por bosquecitos y alguna que otra carretera, acabas llegando al paseo de Castrourdiales, una ciudad bastante turística, capital teórica de Vizcaya, porque aunque pertenece ya a territorio de Cantabria, sus tierras están habitadas, sobretodo en verano, por bilbainos en busca de paraisos naturales más allá de la antigua contaminación bilbaina, de sus viejos astilleros. Es por ello que Castrourdiales tiene ese nosequé de modernista blanco, de olor decimonónico, de burguesía decadente, de turismo cercano, de fotos de nuestros abuelos en blanco y negro.



Gallo cantábrico. No era nada amistoso. Me acerqué lo máximo posible. Un centímetro más y hubiera clavado sus espuelas en mi frente

La flora se empieza a complementar de bosques regenerados con eucaliptus, un tipo de árbol bastante invasivo y destructor de este entorno tan agradable.




Es divertido jugar con las jóvenes ternerillas, llenas de curiosidad, que se acercan atrevidamente a la cámara.

Llegada a Castro


Castrourdiales, para solucionar ese toque antiguo, nos dio un bofetón en las mejillas a la llegada al centro histórico. Estaba en fiestas, y toda la población se encontraba en un momento de ebullición etílica juvenil: la fiesta de la marmita, se llamaba. Imposible evitar pasear entre sus gentes, y que se te contagie la alegría, la pasión por disfrutar cada minuto con ilusión y rodeado de quien te quiere, y queriendo a quien te rodea.



Fui hasta el albergue, demasiado lejos del centro, subiendo levemente por una avenida larga, interminable, al lado de la plaza de toros, en una casita muy agradable con césped a su alrededor. Allí es donde el grupo se acabó de formalizar, con Dani, Helena, y al que se agregaron Nuria, una divertida psicóloga de medicinas alternativas, Julien, el franco-argentino, y Juan, un joven catalán físico dedicado a la música. 



Fimos todos por la tarde a disfrutar de las sensaciones de esos pueblos en fiesta, y así lo hicimos, bailando y sacando de nosotros todo lo que nuestros dolorosos pies dejaban hacer en unos bailes algo desacompasados, debido bien a la situación de nuestras ampollas, bien al alto nivel de alcohol circulando por las venas de algunos de nosotros.

El nuevo Catalan Team: Dani, Juan, Nuria y yo.


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