ETAPA 33: GONTÁN - VILALBA

"Etapa corta, agradable y fácil" decían las guías. Y cómo cambia todo dependiendo del tiempo, de tu estado anímico, de tus ampollas, de tus soledades. Segundo día de lluvia interminable. Botas mojadas. Por lo tanto, calcetines húmedos desde el primer quilómetro. Eso sí, soy consciente que esta etapa bajo el sol, o con un clima agradable para el paseo, puede ser indescriptible. Para mí lo fue. Una de las etapas más bonitas del camino. Pero no por ello una etapa densa e intensa. 

Interior del Albergue de Gontán. Limpio, nuevo, con espacios para descansar y hablar.

Me despedí del maravilloso albergue de Gontán (Abadín), con tranquilidad, quietud, dejando a mis compañeros portugueses medio dormidos aún. Yo había desayunado allí, y mi arcángel Rafael hacía rato que había marchado. La pereza de salir con lluvia era alta, pero sabía que el camino era largo, y no me podía relajar. El día antes había llegado casi rozando el anochecer, y no podía retardar más la partida.


Exterior del Albergue de Abadín.

Desde luego, el camino se muestra precioso desde el mismo comienzo. Galicia siempre te mete en sendas que, aunque tengan carreteras o autovías no muy lejos, te transportan literalmente a otras sensaciones, a otros lugares, a otros universos. 

Tan pronto te encontrabas en un paisaje delicioso con una vistas maravillosas...
En este caso, en pocos centenares de metros, la ruta iba cambiando de paisaje en paisaje, a cada cual más intenso, más verde, más íntimo, más bello.

...como te encerrabas en un bosque umbrío de robles y castaños, con un lecho  chocolate.

El liquen se convierte en protagonista total de este camino, decorando  los bosques de manera totalmente característica.


Pasas el arroyo de Abadín por una pasarela de madera. 

Arroyo de Abadín.
El agua nuevamente me rodea hoy en todas sus formas, hasta llegar a ser levemente desesperante.  Ríos, riachuelos, arroyos, pequeños cauces alrededor del camino, orbayo, lluvia ligera, más intensa, chaparrón, humedad, vaho en mis gafas...todas las formas me envolvían, me rodeaban, me abrazaban, me acunaban casi mareándome, desubicándome. No quedaba otra que hacerse amigo de ella, y dejarte balancear, avanzando lentamente entre charcos.




No siempre el camino va por la senda más amplia. Eso hace sentirte descubridor de rincones hechos solo para ti.

A poco de este camino, en una bajada llena de hojarasca muerta de los robles, veo a lo lejos una especie de perro pequeño. Me acerco, se acerca despistado. Entre la lluvia ligera, no me ve. Lo defino mejor. Me sorprendo. No es un perro. ¿Un zorro? . Se congela, me mira, helado de miedo, y se esconde a la derecha, hundiéndose en la hojarasca. Acorto el camino, para encontrármelo de nuevo. Me odio a mi mismo por mi ignorancia sobre la fauna gallega. Lo defino como una especie de garduña o marta. Cola parecida a la de un zorro, color rojizo, grande...una especie de mustélido que nunca llegaré a definir. Huye. Sonrío. Naturaleza pura. Formo parte de ella, y no me siento tan extraño. 

Paisaje donde el mustélido paseaba sosegado...hasta verme.

Tierra de chá, que significa tierra llana. Una etapa tranquila en su esencia, si no hubiera sido por la lluvia. La lluvia seguía cayendo. Abril se abría en aguas sobre mí. El 60 % de la ruta era charco más que tierra. Varios quilómetros constantes de tierra encharcada iban hundiendo mis botas y mis ánimos, y la necesidad de encontrar un sitio seco y caliente donde QUITARME LAS BOTAS -si no me controlaba, eso se podía convertir en una obsesión neurótica: quitarme las botas, quitarme las botas, necesito ver mis pies, deben estar hechos polvo, dónde hay un sitio para quitarme las botas un ratito, donde descansar, joder, quitarme las botas, quizás allí...que va...-  iba priorizándose. Encontré la nacional, y después de varios fracasos -bares cerrados- poco después de Martiñán encontré un barecito donde pude reposar, y comer un bocadillo agradable. Gigantesco bocadillo con pan gallego que no cabía en la boca.

Después del descanso-comida-almuerzo con ese bocadillo interminable, me he lanzado a continuar con ánimos renovados. Ha sido allí, después de un bello puente medieval, el Ponte Vello, con merendero incluido, donde he tenido mi segundo contacto con la naturaleza. Revisaba el lugar, imaginándome sentado, bajo la sombra y el solecito agradable, y lamentando haber tenido la mala suerte de estar allí con un día tan lluvioso, cuando oigo un romper de ramas entre un camino colindante. Me giro, observo, espero...y sale corriendo entre la arboleda un cervatillo urgente que venía con ojos desesperados. Se congela a unos metros de mí, me mira, y continua su camino, más urgente que antes. Hoy la naturaleza parece estar poniéndose a mis pies. 

Ponte vella


Y es que, dejando de banda la sensación de impotencia frentea a la lenta destrucción de las plantas de mis pies, totalmente encharcados en unas botas-océano, la naturaleza me envolvía en una especie de unificación suprema. Solo ha faltado unos kilómetros más, al  salir de una arboleda,y ver después de una pequeña subida toda la llanura verde en todo su esplendor, con una lluvia suave acariciándome los sentidos, y escuchar el Stabat Mater de Pergolesi. Momento de éxtasis, contacto orgasmático con lo súblime natural, que se me ha revelado de manera clara y abrupta. Sensación intensa y penetrante. Y no sigo explicando, que alguien estará sonriendo al leerlo, y hay cosas que cuestan hacer entender sentados delante de un ordenador. 

Tantos cruceros...

Autoretrato con agua, barro, bota y ampolla.

Sí, muy bonito...pero...¿Ahora cómo paso?

Llegando a Goiriz, vas a parar a una iglesia con porche, sitio donde he vuelto a descansar un poquito. Gran invento, ése de los porches en las iglesias. Momento ideal para un par de piezas de frutas, mientras intentas secar los pies, exprimes los calcetines, y miras preocupado como los pocos quilómetros que quedan (unos seis) pueden ser la última puntilla en unas reblandecidas plantas que te están pidiendo paz y tranquilidad. El camino era tranquilo, llano y sencillo, pero no se puede caminar 20 kilómetros sobre el agua, sin que los pies lo resientan. 

Mientras descansaba en la iglesia de Goiriz, los jovenes peregrinos lusos  me adelantaban.

Más agua, más...
Realmente es éste un camino de perfección, una ascensión a lo alto desde lo llano: a lo alto interior desde lo llano externo. Lo acumulado de la lluvia, el cansancio del tercer día, la ropa mojada, las botas...hacen que  la dificultad leve del camino se complique en una etapa supuéstamente de descanso.



Los pocos quilómetros restantes hasta Vilela no me han aportado nada nuevo en sensaciones ni en paisajes. En el último quilómetro contacto con mis compañeros de peregrinación portugueses, ese grupito al que encuentro intermitentemente. Hablo con ellos, para intentar distraerme, pero no me puedo engañar: claramente, una ampolla en la planta del pie izquierdo me está venciendo. Afortunadamente estaba en las puertas del albergue. Llegaba al Albergue sobre las seis de la tarde, deshecho, cansado, con un arcángel Rafael esperándome, sonriente, acogiéndome, satisfecho de mi camino exterior e interior. 

El albergue, modernísimo, en el más puro estilo Van de Roe, es frío, sobrio y sin hospitalero, que es lo que más se necesita después de una ruta como ésta. Se ocupa de él Protección civil, que llega sobre las ocho o nueve de la tarde, mira quien ha llegado, cobra, y se va. Incluso la calefacción y las luces tuvimos que activarlas nosotros mismos. Una lástima. Se aprecia más una sonrisa de bienvenida que un edificio al estilo Bauhaus, por muy estético que sea. Suerte de mi arcángel guía.

Escribo estas palabras en mi diario, antes de cenar en el bar del polígono -no olvidéis que este albergue está en un polígono a las afueras de Vilalba, con lo que la ciudad ni se ve-, y me encuentro mi tercer y último encuentro con la naturaleza, éste más discreto, pero igual de coqueto y divertido. En los ventanales del albergue, mirándome, curiosa, una liebre libre. Nos miramos, y entiendo que con su mirada me explica todo lo que me da el camino, y por otro lado, el camino a seguir cuando vuelva a Barcelona. Nuestros caminos no acaban en Santiago, sino que comienzan allí.

Huye, libre. Sonrío, agradecido.

Be water, my friend...

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