ETAPA 9: LEZAMA - BILBAO

Día de despedidas, éste. Generalmente Bilbao suele ser una ciudad grande, y eso hace que se convierta en punto clave de finales de ruta, y de comienzos. Aquí acaban mis compañeras de Mataró, y muchos otros que nos han acompañado a lo largo de la etapa. 

La ruta es especialmente sosa. La subida al alto de Avril es dura, pero bonita, y hasta la bajada a la iglesia de Begoña todo está bastante lleno de naturaleza, y se convierte en un paseo agradable a la vista, rodeado de la típica naturaleza pre-urbana. Si tienes suerte se puede hacer una bonita foto de toda la ría de Bilbao, pero generalmente sacarás una preciosa toma... de un espeso mar de niebla. 





Luego se baja al casco viejo, para acabar metiéndose en el que los mismos bilbainos suelen denominar "peor barrio de la ciudad", el "Bilbao viejo", algo parecido al Raval barcelonés. Más de una persona te recomendará evitar el trayecto marcado por las flechas, e ir por la ría, pero yo no lo desaconsejo. Si no llevas riquezas y joyas -cosa poco normal en un peregrino- no serás molestado, y lo único que te sorprenderá será la cantidad de inmigrantes variados que circulan por sus calles.

Primeras calles de Bilbao. Bajada hasta el centro.


Ría y calles centrales.
Después de salir al centro, algo más aburrido, para llegar al albergue se tiene que cruzar toda la ciudad y comenzar a salir, hasta subir a un barrio marginal, sin bus, ni tren, ni metro, ni nada nada. Parece que te salgas de Bilbao para llegar a una especie de Albergue - que en el fondo es un colegio viejo, muy poco cálido y agradable- en el último pino del mundo. Sinceramente, es recomendable quedarse en alguna pensión del centro, y así al menos no se camina tanto, y uno puede moverse un poquito por la zona turística. El albergue está lejos, lejísimos. Es verdad que las vistas de Bilbao son bonitas, pero debe estar a una hora del centro caminando. Más tarde me enteré de que había un autobús que te lleva a las mismas puertas del centro. Queda dicho para los peregrinos que odian los trayectos urbanos.


Alrededores del Museo Guggenheim.

El paseo por el casco céntrico es imprescindible. Es de obligada necesidad pasear por la ría, por el Guggenheim, y tomar unos pinchos con los peregrinos que se despiden. En mi caso se convirtió en una despedida de esas que se recuerdan siempre, con regalito-recuerdo por parte de mis chicas mataroninas, y promesas. Promesas de cenas, de entrega de fotos, y de amistad eterna. 

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