ETAPA 32: LOURENZÁ - GONDÁN (ABADÍN)

La dureza del camino no está en los quilómetros, ni en la lluvia, ni en las piedras. La dureza del camino se encuentra en algún sitio de nuestro interior. Pero, lógicamente, la compañía -o la falta de ella-, la lluvia, los quilómetros, las agujetas, las ampollas, ayudan e inciden en mellar la fuerza que uno pueda tener para seguir caminando absurdamente, para mantener la constancia de recorrer quilómetros paso a paso.

Etapa dura la de hoy. Asumo mi equivocación. Mondoñedo queda en el primer tercio de la etapa, y descansar en Mondoñedo hizo que el resto de la etapa se me hiciera eterno. Pero vamos por partes.

Albergue de Lourenzá.

El camino hasta Mondoñedo ha sido, de hecho, bastante correcto. Ha empezado lloviendo, y la lluvia iba haciendo mella, pero se podía soportar. Era una lluvia ligera y agradable. Uno podía ir circulando entre caminos, y parte de carreteritas. Se veían casas. De vez en cuando volvía a llover, pero había momentos en que también se podía uno quitar la capa de lluvia y hacer fotos con cierta tranquilidad.

El camino, que en sus mejores lugares, también estaba embarrado.




Los caminos con hojas eran bonitos, pero trampas para tus botas, pues ocultaban charcos profundos.


Ocho quilómetros así te iban llevando a Mondoñedo. Yo, con paso tranquilo, relajado, iba disfrutando del paisaje, verde, esplendoroso, melancólico y solitario. Me imaginaba a mis compañeros paseando por aquí el verano anterior, más acalorados que yo. El camino da siempre ese juego, uno piensa en todos los peregrinos y peregrinas que han pasado años y años pisando los mismos barros, las mismas piedras.

Nuevo ánimo escrito al peregrino.


Cruceiro a la entrada de Mondoñedo

Ya antes de llegar a Mondoñedo tenía claro que deseaba mirarlo con tranquilidad, pues merecía la pena, así que he dado un par de vueltas, viendo catedral, iglesias y alrededores.


Catedral de Mondoñedo



He decidido comer allí, en el Café Central. Mondoñedo, ciudad pueblo que se deja pasear, me ha seducido. Mala seducción. Quizás lo más aconsejable sería alargar la etapa anterior, si es que se tiene fuerza y coraje, y hacer noche aquí, para hacer una etapa corta hasta Abadín. Sea como sea, lo que no es aconsejable es alargar tanto la estancia en Mondoñedo si uno quiere dormir en Abadín, porque la etapa que queda es larguísima.

Esos fideos a la cazuela. Gran sitio, el Cafe Central.

Esperando a que la lluvia arreciara, he ido alargando el tiempo de salida. Con el tiempo he visto que no había manera, y he decidido tirar adelante, con más obligación que ganas. La salida de Mondoñedo, con una recia pendiente hacia arriba, y con toda la comida dentro, se ha hecho especialmente dura, y las botas, entre charcos y lluvia, empezaban a calarse, haciendo charco dentro de los calcetines.

Salida de Mondoñedo. Preciosa, si no fuera por lo empinado de su pendiente.


He aquí uno de los momentos más duros, eternos, aburridos, pesados de mi camino. No había nada, más que una carretera abandonada, casi sin señales, por la que había que caminar con más fe que certeza. La lluvia golpeaba fuerte. Las botas estaban caladas. No se podía parar para descansar en ningún sitio, porque ningún sitio estaba seco, y no había más que carretera. Había subidas y bajadas. Ningún peregrino. Un coche como mucho, cada diez minutos, para recordarte que no era un sueño. Lousada, el pueblo que debería aparecer ocho quilómetros después no aparecía, y yo seguía dudando. 

Las nubes de lluvia eran todo uno con el paisaje, y rozaban nuestras cabezas.

Llega un momento, horas después, cansado de observar mi interior, con la capa de agua puesta, mirando al suelo, notando el agua en los calcetines, y con ganas de gritar; llega un momento, decía, que deduces que ya has debido dejar Lousada atrás, porque han pasado varias horas, y las cuentas no te salen. Cuando ya estaba destrozado, pensando que a lo mejor me había perdido, o que debía estar a punto de llegar a Abadín...se ven unas casas a lo lejos. Allí lo tienes. Lousada. Quedan aún ocho quilómetros de subida suave. Dos horas mínimo. Realmente, allí el desfallecimiento fue grande. Acababa de parar de llover por primera vez en todo el día. No esperes encontrar un bar, ni a nadie. A duras penas ves un par de coches aparcados, y un par de chimeneas con humo, en una aldea con cuatro casas qeu no están derruidas. Me senté entre dos piedras y tres ladrillos que había por allí, y de cualquier manera me desnudé los pies, para airear los pies, y secarlos mínimamente entretanta humedad. Comí parte de la fruta que había comprado, e intenté fortalecerme. Ocho quilómetros son muchas horas para estar desanimado, o sea que sólo podía plantearme estar feliz. Sí, o sí. Así lo hice.

Después de horas lloviendo, parecía que las nubes se levantaban mínimamente.

Entre lo verde, el camino.

Quedaba aún una larga ascensión por la montaña, hasta alcanzar la autovía, y que, unos quilómetros después, te llevan hasta el magnífico albergue de Abadín. Seguí camiando, hasta llegar a la autovía, punto alto de la etapa.

Los bosques estaban saturados de agua por todas partes.

Curiosa furgoneta en medio de la nada, perdida en medio del bosque.

Llegando a la autovía, la señalización es bastante más precaria.

 Una vez llegas a la autovía, la civilización te vuelve a rodear un poquito más, y en breve, y de manera más entretenida, vas llegando hasta el albergue de Abadín.


Originales ánimos a los peregrinos cerca de Abadín.

El albergue de Abadín es bonito, limpio y acogedor. Mucho. Está gestionado por una asociación diferente, subcontratados por la Xunta, y eso hace que hasta las diez haya allí un chico agradable, cosa que no pasa casi nunca en los albergues de Galicia. He cenado con mi arcángel Rafael en el albergue, pues el cansancio de la etapa me ha desanimado a salir a cenar fuera, y me he limitado a moverme unos metros a la tienda de al lado para comprar pan,  fruta, cervezas, y algo para hacerme un bocadillo. Algo preocupados por la ausencia de las dos chicas madrileñas -que no volveriamos a ver nunca más- y que en principio querían dormir aquí también, y acompañados del grupito de portugueses que iban a seguir intermitentemente conmigo parte del camino. Fui a dormir prontito, esperando recuperarme de la dura etapa.

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