ETAPA 30: TAPIA - RIBADEO

Amanecer maravilloso, lleno de nubes, y momentos deliciosos que se han convertido ya en buenos recuerdos. Todos, sabiendo la importancia e imponencia del momento, salimos a desayunar en el exterior, mientras nos ibamos preparando para la partida.

Se convierte en un pecado no querer desayunar en el exterior, con estas vistas.

Mis compañeros, observando el amanecer.

Allí fue la última vez en la ruta que vería a Maia y Gianni. Salieron un poco antes que yo, mientras yo me acababa de preparar, y hacía las fotos de rigor al albergue y a sus alrededores.

Albergue de Tapia.

Empecé a salir con Eva y Giovanni, con quienes acabé desayunando. Nos fuimos acercando hasta la playa de Tapia, muy maja y agradable.

Playa de Tapia.

La luz y el camino ese día me esperaban para darme unas vistas increíbles, que se podían respirar, a lo Franco Fontana. Asturias había decidido despedirse entre maizales, vistas del mar y suaves senderos encharcados.

Oh. Sin palabras.

Cenefa de peregrinos en el horizonte de maíz.

El campo estaba allí, pausado, tranquilo, brillando suavemente si te acercabas a sus hojas, a sus brotes verdes, a sus terrones en el suelo, con tintes de despedida quejosa, al tiempo que sonriente y soleada.

Despedida en maíz.

Poco después, siguiendo las indicaciones, se llega a la playa de Santa Gadea. Me acerco a ella. Se me aparece una pequeña cala deliciosa, de arena suave, solitaria, despertándose entre sorprendida y acogedora. Por primera vez en todo el camino, a excepción del día de la playa del Silencio, me surgen unas ganas terribles de meterme en la playa. Evito la tentación. Es bueno dejar cosas por hacer. Es bueno soñar con lo que me prometo hacer algún día. Es bueno imaginarme en el agua, el año que viene. 

La tentadora cala de Santa Gadea.

Pregunto a un paisano por qué una playa tan bonita no tiene absolutamente a nadie. Me dice que pilla muy lejos del aparcamiento. Miro a mi derecha. Desde donde estoy se puede apreciar un coche, a unos 100 metros, aproximadamente. Todo es relativo. Sonrío, y me recuerdo de niño, con mis padres, dando vueltas y vueltas alrededor de los apartamentos de Castedefells, detrás de la vía, para buscar un sitio donde dejar el coche, y caminar unos 5 o 10 minutos para llegar a la playa. 

Al lado, a unos 500 metros, está la otra playa, la más visitada, la de Peñarronda. Domingo, 11 de la mañana. Día soleado. Juzgad con vuestros propios ojos la masa de gente. Vuelvo a sonreír.

Playa de Peñarronda con algunos surferos

El camino -a estas alturas llevado con más intuición que flechas amarillas- te va empujando suavemente hasta Piñena, y saliendo de la población acabas encontrando el puente que cruza el río Eo y te abre las puertas a Galicia.  Me despido de Asturias, pasando por el largo puente mientras el Eo me observa, acostumbrado al paso diario de peregrinos.

Puerta del puente de Ribadeo. Despedida de Asturias.

Ribadeo se aparece ante mí misterioso. Las nubes comienzan a situarse, a pesar de que juegan con el sol, escondiéndolo y mostrándolo por momentos. Entro en las calles de la población, escuchando -parece mágico- a lo lejos el son de la muñeira. Me dejo llevar, y me acerco a la música. Efectivamente, un grupo de amigos de la gaita surge de entre las calles.

Ribadeo desde Asturias

Ribadeo  desde Galicia.

La música de las gaitas me atrapó desde el primer minuto.

Saco la cámara, y sigo al grupo posesamente, queriendo gastar la la esencia de este último regalo que el camino me proporciona. La ilusión de los niños, el orgullo de los jóvenes, la fiesta en general, se me contagia y me ilusiona, arrastrándome ciegamente por las  calles del pueblo.

Los mas pequeños disfrutaban de la fiesta como yo.

Chispas de danza entre los chavalines.

Antes ya me había despedido de Eva, la Danesa, que había decidido coger otro camino, pero me la vuelvo a encontrar en Ribadeo. Nos despedimos nuevamente, y me avisa de que solo hay 12 plazas en este albergue, y que ya es quizás demasiado tarde. Vuelvo de golpe a la realidad pragmática del camino, y corro hacia el albergue para ver que soy el primero....que se queda sin cama. 

Sin embargo, y nuevamente la magia del camino aparece, un joven peregrino vallisoletano se lo piensa, y me dice que él no tenía claro quedarse, y decide cederme su cama. Nuevo regalo del camino, que minuto a minuto, día a día, persona a persona, te anima a tener fe en los seres humanos, a ser blanco, a dar sin recibir, a sonreír a los desconocidos,  y a agradecer hasta en los malos momentos. Todo esto debe ser así, porque nunca, nunca , nunca sabes de dónde va a venir la ayuda, o quién va a solucionar tus dudas, o te va a abrir su corazón, sus brazos o su mente para ayudarte en lo que necesites en ese momento. 

Después de instalarme, comí con otros dos catalanes que acababan de llegar. Vuelvo a pasear por el pueblo, pregunto por el FEVE, y me instalo en una terracita del puerto para escribir mis últimas páginas del diario, mis últimas palabras  que reescribo ahora y en este momento en este blog. 

Por la tarde, el cielo se fue cerrando. Galicia te recuerda que es Galicia.

El pequeño albergue está a la derecha del río Eo, antes de entrar al pueblo - no hace falta entrar dentro-.